sábado, 14 de febrero de 2015

VEJEZ

De niños vemos a nuestros padres, fuertes, seguros, parece que nada les asusta, que pueden afrontar todo aquello que se les presente.

Cuando hacíamos algo malo, temíamos sus regañinas, nos imponía su voz, su mirada, el castigo que seguro nos impondría.

Con el paso del tiempo, nos hacemos mayores a la vez que ellos. Nosotros crecemos y ellos envejecen. Todo va cambiando sin apenas darnos cuenta, ya no son tan fuertes ni tan temidos, comprendemos mejor sus enfados, sus miradas y sus castigos, intentaban educarnos como nosotros lo hacemos ahora con nuestros hijos.

Es triste ver envejecer a tus padres, aunque a la vez se siente felicidad por que siguen a tu lado. La vejez es sinónimo del tiempo vivido, pero a veces es triste cuando aparece alguna enfermedad, la tranquilidad de esos años se vuelve un trasiego de idas y venidas a los médicos, y el deterioro es más acusado.

La tristeza aparece en sus ojos, el cansancio en su cuerpo, ya no es tan fuerte como antes, se ha vuelto frágil y asustadizo, parece un niño que no comprende todo lo que le está pasando.

Tantos viajes, tantos médicos, esas pruebas interminables, ese cansancio que se acumula en su cuerpo sin saber cuanto tiempo duraran los tratamientos, esas ganas  que le digan que todo esta bien, que los tratamientos se han acabado, que la tranquilidad vuelve a su vida.

Es un camino largo y duro, parece interminable, pero hay que aguantar y tener paciencia, pues al final las ganas de vivir triunfan sobre lo demás.